Te vi dormir con tus brazos manteniéndome abrazada, hasta que al paso de los minutos los fui sintiendo ya sin fuerza, dormías ya profundamente.
Yo cerraba mis ojos y te escuchaba, no quería ni moverme para no despertarte, con el insomnio acostado al otro lado de mí, pensaba en ti.
El reloj inquieto no dejaba de marcar sus segundos, sus minutos, sus horas. Era su única luz roja la que avisaba que el tiempo seguía fuera de esas cuatro paredes, allá afuera se tejían las vidas, seguían andando los amores pasados, los fantasmas, los miedos que nos acechan, los amores plátonicos que jamás luchan ni cruzan el otro lado de la calle y también ahí dentro, pernoctaba, tal vez, un romance nuevo.
Y así, pasaron pocas horas, y ese mismo reloj nos anunció que la hora del adiós había llegado, yo me mantenía aún sin moverme, cuando de pronto unos cálidos labios dieron un Buenos Días en mi espalda, un beso tierno que recorrío cual escalofrío todo mi ser.
Buenos Días gritó mi cuerpo al amanecer, y te dije: sólo contigo despertó mi ser de un largo letargo; caricias envolvieron aquella mañana que, también, perezosamente despertaba.
1 comentario:
Dichosos los labios q hacen despertar el alma luego de un largo letargo.
Saludos!!
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